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Uno de los inconvenientes del matrimonio (sobre todo cuando hay hijos), es que los esposos no cuenten con una descripción clara de sus cargos. Muy distinto a cuando uno es, por ejemplo, una recepcionista, que conoce claramente sus funciones y su horario. Uno sabe a qué hora entra y a qué hora sale; que tiene que contestar llamadas y recibir mensajes, atender clientes, apagar luces, cerrar puertas, y activar alarmas. Cuando uno es un pobre esposo, y tiene a una esposa en la casa a cargo, no tiene ni idea de cómo ni por dónde empezar, o seguir.
Donde mis papás, pasa lo mismo: aquí mi mamá soy yo y yo soy mi marido. Como yo, mi mamá se levanta con una agenda militar todos los días: preparar el desayuno de mi hermano, salir a caminar, sacar lo de hacer el almuerzo, y lavar la ropa. Yo, por mi lado, cuando me levanto, la única claridad que tengo es que me voy a tomar un café y a revisar mi Facebook. Por lo demás, amanezco a la deriva y sin rumbo fijo. Así como puedo seguir leyendo a Isabel Allende en El Cuaderno de Maya, me puedo quedar sentada en la mecedora, viendo pasar las nubes. Tan perdida como mis hijas, que nunca saben si empezar el día bañándose en la piscina, jugando "al rambo" con Alejandro, o persiguiendo las tortugas en el patio.
Cuando estoy en mi casa, como sé que tengo que tender las camas, recoger la ropa, hacer el desayuno y lavar los platos, me levanto al mismo estilo militar de mi mamá, mirando de reojo a todo el mundo.
Prometo que la próxima vez que me encuentre en esa situación, recordaré mis vacaciones. Total, lo que hay que hacer siempre se hace, y lo mejor es que cada quien tenga sus tareas, o pedir el favor y dar las gracias. Amanecerá y veremos.

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