Si alguna vez escuchan que a la gente del Caribe (de Colombia) la acusan de no haber leído nunca a Gabriel García Márquez, es porque aquí en el Caribe, las historias que cuenta García Márquez en sus cuentos y novelas, suceden en la vida real. Todos los días, dónde usted esté, todo el tiempo.
"¿Yo para qué voy a "perder mi tiempo" leyendo a García Márquez, si lo que voy a estar leyendo va a estar pasando al frente mío al mismo tiempo? No, no, no, no. Eso si no es conmigo, mijita." Me comentó mi tía, cuando le dije que me estaba leyendo Crónica De Una Muerte Anunciada por primera vez. Que ya yo me sabía la historia, porque había visto la película, pero que nunca me había leído el libro.
"Ah no mija, a mi García Márquez me parecía muy enredaó. Además, ¿yo para qué iba a perder mi tiempo leyendo en un libro lo que estaba pasando en mi realidad? Yo mejor me lo veía así, mira ve, y se puso la palma de la mano en frente de la cara: en vivo y en directo."
¡Mi tía tiene toda la razón!
Saidy es la muchacha que les hace las uñas, les corta y les pinta el pelo, y les hace masajes a mis tías y a mi mamá; Saidy vino esta mañana, y me hizo un facial y un masaje.
Eran las diez de la mañana y ya Carmen había montado la olla de presión con los frijoles en la estufa. Saidy acomodó una almohada y un cojín en la cama y me dijo que me acostara. Me recogió el pelo con una mallita y me dijo que cerrara los ojos "mamita". Sonaban los frijoles cocinandose en la olla de presión y las cotorras comiéndose los nísperos en el techo.
- Saidy, ¿tu de dónde eres? Le pregunté yo.
- Yo soy de Cereté, corazón divino.
- ¡Qué lindo¡ A mi me gusta la vida en los pueblos. ¿Y a ti?
- A mi también me gusta. Pero de lejos. Y soltó la carcajada.
- ¿Cómo era tu vida allá en Cereté?
- Bueno mi amor -me empezó a contar Saidy-, yo más bien me la pasaba era peleando. Porque como la lombriz le torció los ojos a mi hermana; una pelá flaca y larga, se burlaba de ella. Yo la cogía por el pelo y a mi mamá los profesores le mandaban notas del Colegio y me castigaban. Hasta que a los dieciséis años, conocí la palabra de Dios, y dejé de pelear.
- ¿Cómo se llaman tus hermanas?
- Una se llama Vilma, y la otra se llama Carmen.
- ¿Y tu nombre es Saidy?
- Bueno, si. Pero yo me llamaba... adivina ¿cómo?
- No, no sé. ¿Cómo?
- Clementina. ¡Ese nombre tan horrible! Pero yo me lo quité a los ocho años. Porque en el Colegio me molestaban y yo le dije a mi mamá que a mi ese nombre tan maluco no me gustaba. Y me lo cambié. Me puse Saidy Isela. Pero después un peluquero que era marica me decía: "Isela", Y se la mamaron, y se la comieron. Y me dejé sólo Saidy.
En Canadá, una amiga visita a una masajista, terapeuta y espiritista, que me ha recomendado muchas veces por ser muy buena. Yo siempre le he insistido en que no deje de verla. Porque en Canadá, básicamente por el clima, las personas se aíslan mucho y viven muy solas y a mi me parece que ese tiempo de reflexión y ese contacto humano son muy importantes. Pero ningún sitio de retiro, meditación o spa en el mundo, ni con todos los millones, podría recrear la terapia de Saidy. Jamás.

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